miércoles, 6 de julio de 2011

La soja mata

por Manuel Eiras

"La soja mata. Elimina biodiversidad, contamina aires, tierras y aguas, desalienta industrias y pequeños emprendimientos de sustentabilidad, expulsa jóvenes, crea desempleo, monopoliza producciones y consumos (debilita las bases de la producción alimentaria), vuelve infértiles las tierras, concentra el capital en unos pocos".

Hoy en día, hablar de cultivo de soja es hablar, inevitablemente, de un modelo de exterminio. El que los campos estén cada vez más repletos de plantaciones de soja es una decisión política, económica y social que, por supuesto, está en manos de, y beneficia a, unos pocos. No se puede poner a todos en la misma bolsa ni tampoco dejar de hablar de los que sufren las consecuencias del modelo sojero. Hablamos de los campesinos muertos, enfermos, expulsados o viviendo en condiciones laborales lamentables, pero también hablamos de todas y todos los que, desde las ciudades u otros puntos del país donde no se hace posible la plantación de soja, padecemos sin saberlo lo que implica esta vorágine sojera. Menos aun tenemos en cuenta, algunos, y miran para otro lado, otros, el futuro no tan lejano en cuanto a la vida de personas y animales y la conservación del medio ambiente.

Hay cuestiones que, aunque se quieran esconder, ya se saben. Muchos estudios e investigadores demuestran en innumerables artículos y documentos publicados por todo el mundo lo que provoca la producción de soja en las condiciones que actualmente padecemos.

El círculo de la muerte
La lógica sojera responde a un círculo vicioso que refleja el orden social establecido, donde pocos se benefician a costas del trabajo del resto, quienes, además, pagan las consecuencias con enfermedades, desempleo y muerte. Este modelo agrario, de la irresponsable manera que se lo está llevando a cabo, supone que si se agudiza la producción se incrementan la contaminación y la muerte. Veamos por qué.

El alto precio de la exportación de la soja y la gran demanda de algunos países económicamente poderosos, como lo es actualmente China, hacen que producir soja sea una decisión estratégica. Pero no sólo esto, aquí hay que agregar el bajo costo de producción que implica la plantación de soja. No se necesitan más que buenas máquinas y una escasa y barata mano de obra para cultivar grandes extensiones, lo que provoca una agricultura sin agricultores.

La codicia y la irresponsabilidad de los 'sojeros' llevan a querer incrementar la productividad sin tener en cuenta las consecuencias ambientales. Por pensar sólo en la rentabilidad económica, los productores de soja cultivan con semillas transgénicas y utilizan agrotóxicos (herbicidas, como el glifosato, y otros tóxicos plaguicidas). Está comprobado científicamente que el glifosato provoca enfermedades; como distintos tipos de cáncer y malformaciones, y sus impactos sobre el medio ambiente están cadAmbiente, a vez más documentados: contaminación de especies silvestres emparentadas, reducción de la biodiversidad, contaminación química del suelo y de los acuíferos. También se sabe, y se oculta, que la manipulación genética de cultivos alimentarios tiene implicaciones peligrosas para la salud humana. Los cultivos transgénicos utilizan más venenos y contaminan más. Se ha comprobado que los alimentos elaborados con transgénicos, contienen residuos de agrotóxicos hasta 200 veces más altos que los elaborados con cultivos que no lo son, debido a la gran cantidad de agrotóxicos que se les aplica en la siembra. O sea que, además provocar daños ambientales (agua, suelo, aire, flora y fauna) en las regiones donde se cultiva, también se afecta a la salud humana a través de los alimentos que derivan de estas producciones.

Vale aclarar, a su vez, que el modelo agroexportador sojero es rentable si se produce en grandes cantidades, lo que genera que sólo la persona o la empresa que tenga el capital suficiente para alquilar grandes extensiones de tierras y costosas maquinarias pueda garantizar en la producción de soja un negocio eficiente. De esta manera se explica el incremento del desempleo en el campo y las cada vez más abundantes migraciones de los campesinos hacia las ciudades: desaparecen los pueblos rurales y aumentan los cordones de pobreza en las periferias urbanas. En la Argentina actual, con tecnología de punta, para 1000 hectáreas solo se requieren 2 personas trabajando por año.

El negocio sojero, como vemos, es grande, pero queda en unas pocas manos. Grandes grupos económicos, además de poseer el monopolio de la comercialización de semillas, desaparecen, con el monopolio de la producción, a los pequeños y medianos productores. La exportación de soja, tan económicamente gratificante, queda para las corporaciones que pueden adquirir insumos y solventar la maquinaria necesaria para poder realizar la mayor productividad al menor tiempo posible. Es paradójico pero los que más se llevan no son dueños de la tierra, más aún, quizás nunca hayan pisado el campo. El compromiso de éstos con los dueños sólo consta de pagar lo pactado por el alquiler. El deterioro ambiental y la provocación de enfermedades quedarán en las regiones que no les pertenecen. Monopolizan las ganancias, pero no las consecuencias ambientales.

En este sentido, quienes tienen algunas hectáreas y generan otros cultivos o crían ganado no cuentan con los recursos para poder sembrar soja, pero a la vez, en términos económicos, les conviene rentar su tierra a estas corporaciones por un corto pero muy redituable tiempo. Hete aquí la complicada cuestión de los monocultivos. Cada pequeño y mediano productor, al rentarle sus tierras a las corporaciones monopólicas, inevitable aunque entendiblemente está contribuyendo al monocultivo masivo. Así, este campo sin ganado ni gente, también mata a la biodiversidad y deteriora la fertilidad de la tierra. El negocio es tal que a los poseedores de pocas hectáreas no les queda más que rentar sus tierras. A grandes precios, eso sí. Y de esta manera grandes dimensiones quedan en manos de estas corporaciones que no les importa más que plantar soja transgénica. Cultivan soja y no otra cosa, como vimos antes, por los altos precios para exportación y el bajo costo de producción, los cuales retroalimentan esta violenta cadena de la muerte hasta el infinito o hasta que la naturaleza no aguante más.

Reflexión final
Inevitablemente, los principios básicos de la democracia, que hablan de justicia, igualdad y libertad, quedan postergados al sostener este modelo agrario que, en términos generales, afecta (a) más que (a) lo(s) que beneficia. Ésta es otra forma de ingerencia de los países poderosos en nuestros países y una muestra más de la continua dominación por parte de algunos sectores hacia adentro del país. Se disfrazan nuevas formas de dominio que van más allá de represión o invasiones bélicas o sometimiento económico a través de préstamos y deudas, aunque siguen teniendo mucho de esto. El modelo agroexportador de la soja es una consecuencia inherente, o un eslabón más, de los procesos de integración y globalización económica. Definir un modelo nacional sojero implica, entonces, continuar con el sometimiento, con la opresión, a la que algunos nunca nos acostumbramos pero padecemos desde hace varios siglos. Es una muestra más de lo cruel, de lo inhumano, que es el sistema.

La soja mata. Elimina biodiversidad, contamina aires, tierras y aguas, desalienta industrias y pequeños emprendimientos de sustentabilidad, expulsa jóvenes, crea desempleo, monopoliza producciones y consumos (debilita las bases de la producción alimentaria), vuelve infértiles las tierras, concentra el capital en unos pocos. Monocultivos, agronegocios monopólicos, expulsión, desempleo, agrotóxicos, enfermedades. Muerte.

Si existen claros y sustentables modelos agrarios ejemplares, solidarios y que valoran, por sobre todas las cosas, a la vida, ¿por qué no tenerlos en cuenta? ¿Por qué no sentirnos parte de la naturaleza que nos hizo, en vez de matarla matándonos? ¿Por qué no pensar y tratar a la tierra de una manera en la que, al contrario de generar muerte, se tenga en cuenta la vida, el trabajo, la salud física y espiritual? Sólo con vida podemos decir basta a tanta muerte. La cuestión estará en reivindicar y acompañar las luchas que piensan y practican otro mundo. No queda más que organizarnos, unir nuestras fuerzas, si queremos poner fin a este injusto sistema que tanta muerte nos propicia.

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